texto de azorin TOMAS RUEDA
Las bellas manos que cortaban las flores del huerto han desaparecido ya hace años. Hoy sólo vive en la casa un señor y un niño. El niño es chiquito, pero ya anda solo por la casa, por el jardín, por la calle. No se sabe lo que tiene el caballero que habita en esta casa. No cuida del niño; desde–que murió la madre, este chico parece abandonado de todos. ¿Quién se acordará de él? El caballero –su padre– va y viene a largas cacerías; pasa temporadas fuera de casa; luego vienen otros señores y se encierran con él en otra estancia, se oyen discusiones furiosas, gritos. El caballero, muchos días, en la mesa regaña violentamente a los criados, da fuertes puñetazos, se exalta. El niño, en un extremo, lejos de él, le mira fijamente, sin hablar.
texto de D. QUIJOTE DE LA MANCHA de CERVANTES
Dígote de verdad, respondió Don Quijote, que tú has contado una de las más
nuevas consejas, cuento o historia que nadie pudo pensar en el mundo, y que
tal modo de contarla, ni dejarla, jamás se podrá ver ni habrá visto en toda
la vida, aunque no esperaba yo otra cosa de tu buen discurso; mas no me maravillo,
pues quizá estos golpes, que no cesan, te deben tener turbado el entendimiento.
Todo puede ser, respondió Sancho; mas yo sé que en lo de mi cuento no hay más
que decir, que allí se acaba do comienza el yerro de la cuenta del pasaje de
las cabras. Acabe norabuena donde quisiere, dijo Don Quijote, y veamos si se
puede mover Rocinante.
Tornóle a mover las piernas, y él tornó a dar saltos y a estarse quedo: tanto
estaba de bien atado. En esto parece ser, o que el frío de la mañana que ya
venía, o que Sancho hubiese cenado algunas cosas lenitivas, o que fuese una
cosa natural (que es lo que más se debe creer) a él le vino en voluntad y deseo
de hacer lo que otro no podía hacer por él; mas era tanto el miedo que había
entrado en su corazón, que no osaba apartarse un negro de uña de su amo; pues
pensar de no hacer lo que tenía gana, tampoco era posible, y así lo que hizo
por bien de paz fue soltar la mano derecha, que tenía asida al arzón trasero,
con lo cual bonitamente y sin rumor alguno se soltó la lazada corrediza con
que los calzones se sostenían sin ayuda de otra alguna, y en quitándosela dieron
luego abajo, y se le quedaron como grillos. Tras esto alzó la camisa lo mejor
que pudo, y echó al aire entrambas posaderas, que no eran muy pequeñas. Hecho
esto (que él pensó que era lo más que tenía que hacer para salir de aquel terible
aprieto y angustia) le sobrevino otra mayor, que fue que le pareció, que no
podía mudarse sin hacer estrépito y ruido, y comenzó a apretar los dientes
y a encoger los hombros, recogiendo en sí el aliento todo cuanto podía; pero
con todas estas diligencias fué tan desdichado, que al cabo vino a hacer un
poco de ruido, bien diferente de aquel que a él le ponía tanto miedo. Oyólo
Don Quijote, y dijo: ¿Qué rumor es ése, Sancho? No sé, señor, respondió él.
Alguna cosa nueva debe ser, que las aventuras y desventuras nunca comienzan
por poco.
Tornó otra vez a probar ventura, y sucedióle tan bien, que sin más ruido
y alboroto que el pasado, se halló libre de la carga que tanta pesadumbre le
había dado; mas como Don Quijote tenía el sentido del olfato tan vivo como
el de los oídos, y Sancho estaba tan junto y cosido con él, que casi por línea
recta subían los vapores hacia arriba, no se pudo excusar de que algunos no
se llegasen a sus narices, y apenas hubieron llegado, cuando él fue al socorro
apretándolas entre los dos dedos, y con tono algo gangoso, dijo: Paréceme,
Sancho, que tienes mucho miedo. Sí tengo, respondió Sancho: ¿mas en que lo
echa de ver vuestra merced ahora más que nunca? En que ahora más que nunca
hueles, y no a ámbar, respondió Don Quijote.
Bien podrá ser, dijo Sancho; mas yo no tengo la culpa, sino vuestra merced,
que me trae a deshoras y por estos no acostumbrados pasos. Retírate tres o
cuatro allá, amigo, dijo Don Quijote ,todo esto sin quitarse los dedos de las
narices; y desde aquí adelante ten más en cuenta con tu persona, y con lo que
debes a la mía, que la mucha conversación que tengo contigo ha engendrado este
menosprecio. Apostaré, replicó Sancho, que piensa vuestra merced que yo he
hecho de mi persona alguna cosa que no deba. Peor es meneallo, amigo Sancho,
respondió Don Quijote.
En estos coloquios y otros semejantes pasaron la noche amo y mozo; mas viendo
Sancho que a más andar se venía la mañana, con mucho tiento desligó a Rocinante
y se ató los calzones.